El 20 de diciembre de 1973 mueren
fusilados por sentencia de Consejo de Guerra, dos militantes comunistas:
Irán del Tránsito Calzadillas Romero, 22 años, obrero de Fiap Tomé y
Fernando Humberto Moscoso Moena, 20 años, estudiante de Ingeniería de
Ejecución en Madera de la Universidad Técnica del Estado(UTE) en
Concepción.
Ambos fueron condenados a la pena máxima
por el Consejo de Guerra Rol Ancla 5, de fecha 16 de diciembre de 1973,
instruido por la Armada, que afectó a 52 personas, entre ellas un grupo
de niños tomecinos, los cuales fueron conocidos al interior de los
centros de detención y tortura de Talcahuano como “Los Patos Malos”.
El 20 de diciembre de 1973 mueren
fusilados por sentencia de Consejo de Guerra, dos militantes comunistas:
Irán del Tránsito Calzadillas Romero, 22 años, obrero de Fiap Tomé y
Fernando Humberto Moscoso Moena, 20 años, estudiante de Ingeniería de
Ejecución en Madera de la Universidad Técnica del Estado(UTE) en
Concepción.
Fue pasando el tiempo estábamos ya terminando el mes de febrero de 1974. Cuando fuimos llevados al juzgado de policía ordinaria donde nos dijeron que el tribunal de menores se encontraba incompetente para nuestro caso el cual determino que liza y llanamente debíamos ser puestos en libertad. Regresamos al recinto carcelario a empacar nuestras pertenencias dejamos víveres a los pequeños, que nuevamente quedaban solos, algunos de estos pequeños se despidieron agradecidos y a la vez tristes por nuestra retirada, recibimos efusivos abrazos de despedida por parte de los marineros que estaban condenados a permanecer largo tiempo tras las rejas, también recibimos las felicitaciones de nuestra libertad por lado común, nos despedimos de nuestro amigo delincuente y le agradecimos nos hubiera apoyado en momentos críticos. La verdad es que yo me sentí un poco triste en vez de alegre; por el hecho de que quedaban tantas cosas que conocí deseaban recobrar su libertad, pero estaban ahí emocionados, despidiéndose de nosotros, nos despedimos además de la mayoría de los vigilantes, que tuvieron un brillante comportamiento con nosotros, sin ninguna clase de queja contra ellos. Todos nos deseaban suerte y éxito para cualquier labor que desempeñáramos una vez fuera de este recinto. Y acompañados de nuestras madres nos fuimos a a casa después de una larga y agitada ausencia. Mi pueblo lo veía extraño raro, cambiado, su gente me parecían apenadas, tristes. Me vino de pronto a la memoria la historia “para mi” frase que dijera mi ex amigo en el momento que iniciaba un viaje del cual no regresaría desgraciadamente sin vida: “Mira por última vez tu pueblo”; acaso el presentía lo que pasaría, eso lo dijo dirigiéndose a mi, posiblemente fue una macabra broma que se volvió contra el. Ya nadie más lo vería con vida. Adiós querido y recordado amigo, hasta nunca más.
FIN
Esta canción que a continuación a noto fue compuesta por un preso político; el cual conoció y se hizo amigo de otros dos detenidos políticos en esa isla (Quiriquina); que un día fueron sacados de allí y nunca más supimos que fue de ellos.
Inspirado en este hecho compuso la siguiente canción:
Dos Amigos
Marcelo Ferrada (compañero de cautiverio isla Quiriquina)
I
Dos amigos que tuve que conocí
En estas circunstancias que ve usted aquí
Al despertar temprano al tocar la diana
Los saludaba yo todas las mañanas
II
Dos meses han pasado ocho semanas
1400 horas encadenadas
Cada segundo es largo en el encierro
Se cuentan los sentimientos de prisionero
III
Desde una alambrada vemos una Iglesia
Desde una alambrada vemos una jaula
Ahí dentro habitan nuestras almas
Que solidarizaban mis esperanzas
IV
Aunque eran de distintas secciones
Estábamos todos juntos por las mismas razones
A veces trabamos con las manos
Compartiendo el trabajo como hermanos
V
Mi sección era ancla la suya cepo
O faro que alumbra olas sin eco
Porque lo mismo da si vamos para el norte
Porque somos todos remos de un mismo bote
VI
Hablábamos de padres y de abuelitos
De nuestros compañeros y de niñitos
Hablamos en pretérito y en futuro
Porque nuestro presente era muy oscuro
VII
Pues nuestro presente daba lo que el camino
Lo demoraban en trasladarnos a algún destino
Que unos quedan y otros parten es nuestra suerte
Que a unos le espera la vida y a otros la muerte
VIII
Dicen que los llevaron para Chillan
Ya sus miradas tristes aquí no están
Dos amigos se han ido quedan 500
Mi corazón que canta guarda silencio.
THE END
Víctor Leandro Cortez Cortez : Ex Convicto
Fuente: elciudadano.cl
Ambos fueron condenados a la pena máxima
por el Consejo de Guerra Rol Ancla 5, de fecha 16 de diciembre de 1973,
instruido por la Armada, que afectó a 52 personas, entre ellas un grupo
de niños tomecinos, los cuales fueron conocidos al interior de los
centros de detención y tortura de Talcahuano como “Los Patos Malos”.
Uno de ellos Víctor Leandro Cortez
Cortez, de tan solo 16 años escribió un cuaderno que nos fue hecho
llegar a Resumen, hace solo unos días, donde relata los tormentos a los
cuales fueron sometidos este grupo de niños en la Comisaria de Tomé,
Base Naval de Talcahuano, Isla Quiriquina y Cárcel Publica de
Talcahuano.
Víctor sobrevivió a la tragedia pero
jamás se pudo reponer de la ejecución de su amigo Fernando Moscoso
Moena, motivo por el cual posteriormente se suicidaría.
Memorias de un Ex Convicto
Chile, 11 de septiembre de 1973. El
gobierno legítimamente constituido encabezado por el primer ministro
Salvador Allende Gossens (Q.E.P.D.) es víctima de un pronunciamiento
militar en la madrugada del día ya mencionado anteriormente. La casa de
gobierno es víctima de un intenso bombardeo por aviones de la Fuerza
Aérea de Chile (FACH) y efectivos del ejército. Según versiones, el
presidente chileno hizo caso omiso a las órdenes de rendición y
evacuación del edificio, y fue acribillado a tiros por las armas
traidoras, otros dicen que se suicidó con un arma que le obsequió su
colega, el primer ministro de Cuba, Fidel Castro. Desgraciadamente, aun
no sé cuál es la verdad.
Tenía yo alrededor de 16 años, en
ese entonces, en que el país era sometido a una dictadura militar, se
dictaban bandos a cada momento. Comenzó a regir el toque de queda en
todo el país, se veía bastante ajetreo de tropas militares en
allanamientos, registros a toda persona que se encontraba en la vía
pública, buscando armas que podían ser usadas en su contra, enfrentando a
grupos armados que pese a todo se resistían a la realidad de los
sucesos.
Personalmente me impactó mucho
cuando me enteré de la triste noticia, pues sin tener ninguna filiación
política, ni ser simpatizante de ningún partido político, era un
admirador del Sr. Allende, era para mí como un ídolo. Supe también que
murieron muchos simpatizantes de este Sr. Allende a lo lardo del país,
que cayeron bajo las balas militares en enfrentamientos armados.
El país se encontraba en “Estado de
Sitio” en “Tiempo de Guerra” cuando un gran amigo mío, digo “gran”
porque éramos como hermanos desde pequeños, jugábamos, crecimos juntos,
éramos vecinos y nos teníamos mutua confianza. Me pidió siempre y cuando
yo quisiese, lo acompañara junto a varios muchachos de nuestro sector a
un lugar en que se encontraban escondidos una gran cantidad de
explosivos, entre ellos: cartuchos de dinamita, tarros de fulminantes,
varios rollos de mecha, etc, y yo acepté encantado, sin preguntar
siquiera para dónde se llevarían, qué harían con ellos, si los
utilizarían, dónde, contra quién, a pesar de que algo me imaginaba.
Mi amigo del que hoy hablo era dirigente
del Partido Comunista y le encantaban las actividades políticas, y
partimos esa misma noche en que se me hizo la propuesta, íbamos como
ocho muchachos, todos conocidos del barrio, subimos a un cerro un poco
retirado del pueblo, ya en vigencia el toque de queda nos separamos en
parejas, y nos encontramos en un lugar acordado por nosotros. Llegamos
al lugar en que se encontraban los explosivos, algunos muchachos
llevaron bolsones que llenaron con explosivos y trasladamos todo y lo
escondimos en otro lugar un poco más cercano a la ciudad, y ahí quedó
todo. Preparamos el regreso a casa, pero antes me até diez cartuchos de
dinamita a mi cinturón, dos o tres me imitaron y regresamos a casa al
rededor de las una de la madrugada del día venidero. Nos separamos y
antes de llegar a la población mi amigo, yo y otro muchacho más,
estuvimos a punto de ser sorprendido por una patrulla naval que pasaba
en esos instantes en un vehículo motorizado; retrocedimos y nos paramos
tras unos árboles, el vehículo entonces se detuvo frente a nosotros, Y
ahí me di cuenta de la gravedad del problema que me había metido, sentí
miedo, me tocaba los explosivos que llevaba en el cinturón. Un viento
frío corría por mi espalda. Quería deshacerme de ellos y gritar “no
disparen”, pero pensé muchas cosas en ese momento que nada hice, no me
movía, apenas respiraba, fue algo así como tres minutos, que me pareció
una eternidad. Después, el vehículo continuó su marcha, nunca supe qué
fue lo que hizo que se detuviera. Esperamos un rato, nadie se atrevía a
salir de su escondite, finalmente, venciendo el miedo, salí yo,
sigilosamente caminé hasta la calle, observé para todos lados. Al
percatarme que no se veía nada ni nadie, hice una seña a los demás para
seguir. Caminaba yo adelante, llegaba casi a mi destino cuando vi una
sombra que se me ocurrió a un Infante de Marina con un fusil sujeto por
las dos manos, al verlo abrí los ojos de forma desacostumbrada y quedé
paralizado, con un movimiento casi maquinal, giré la cabeza para ver a
mis amigos, estos habían visto también una silueta frente a mí y se
escondieron inmediatamente. Luego, la figura obscura me dijo con una voz
que me pareció amabilísima: “apúrate viejo que ya llegamos”. Comprendí
al conocer esa voz y al ver más de cerca su cara; se trataba de uno de
los muchachos que había llegado primero que nosotros [y] sostenía un
madero entre sus manos.
Llamé en voz baja a mis compañeros
que aparecieron inmediatamente sin temor al ver que conversaba casi
familiarmente con la repentina aparición de este sujeto que nos informó
que estaban preocupados por nosotros, pues habían sentido el ruido del
vehículo y además la tardanza nuestra.
Nos dirigimos a la casa de uno de
los colegas de mi amigo que residía en el mismo barrio nuestro, nos
desembarazamos de la pequeña pero peligrosa carga que quedó en la casa
ya citada. Acto seguido, me retiré a casa ya casi amaneciendo, los demás
hicieron lo mismo. No se habló más del asunto. Días después se me
presentó la oportunidad de recibir un arma para ser usada en “caso de
emergencia”. Que después nos dirían mientras deberíamos poseerla. Se
trataba de un rifle “Winchester” de repetición, no recuerdo el calibre,
no me arriesgué a llevarla por las consecuencias podría traer a mi
familia, la oculté en un lugar retirado, debía esperar que llegaran las
balas, que nos entregarían una cantidad a cada uno de los que poseíamos
estos delicados artefactos. A mi edad de ese entonces todo esto era
fascinante. No tomaba en cuenta el riesgo que estaba corriendo. Poseía
yo un gran espíritu aventurero.
Pasaron los días, nos encontramos ya
en el mes de Octubre, cuando una mañana se me informó que en la noche
anterior fue sacado de su casa mi gran amigo y compañero de aventuras,
junto a otros de su partido, la noche siguiente desaparecieron muchachos
que habían participado conmigo en el asunto “explosivos”. Los
efectivos de la Armada y el Centro de Inteligencia ya sabía lo nuestro
nos estaban identificando. A medida que tomaban prisioneros salían
nuestros nombres, aunque se quisiese ocultar no se podía soportar las
flagelaciones que eran víctimas. Faltábamos sólo yo y tres amigos más
que pensamos en escapar, pero lo pensamos mejor y no lo hicimos,
estábamos nerviosos cuando nos vimos esa noche antes de acostarnos.
Eran avanzadas horas de esa noche,
no recuerdo haber pegado los ojos, cuando de súbito unos golpes en la
puerta de la casa me sobresaltaron. Salieron a ver de qué se trataba y
escuché que preguntaron por mí, el cuerpo se heló por completo. Entraron
a mi pieza y vi a los verdugos. Un teniente joven aun le contaba a mis
familiares mis andanzas. Luego se dirigió a mí y me ordenó levantarme,
obedecí, los demás infantes de marina registraron mi cuarto en busca de
no sé qué.
Una vez vestido me aconsejo tomar
una frazada. Me sacaron afuera, no me dieron tiempo de despedirme de
nadie, afuera se encontraba un muchacho de los nuestros, no sé si me
pareció que estaba bastante maltrecho o no, a pesar que estaba con la
cabeza gacha. Luego de recoger a los tres muchachos que faltaban nos
condujeron a una comisaría dónde comienza la pesadilla que no olvidaré
muy fácilmente.
En la comisaría se veían solamente efectivos de Infantería de Marina y
unos pocos Carabineros. Estos Infantes nos comenzaron a tratar mal, por
no decir pésimo, se deleitaron golpeándonos a su regalado gusto, golpes
de mano, fusiles, palos, con lo que tenían a su alcance, nos
identificaron, nos hicieron declarar, a pesar de que todo estaba dicho.
Luego nos enviaron directamente a la cárcel en calidad de incomunicados,
recuerdo me encerraron en una pequeñísima celda maloliente, inundada en
orina, era algo muy desagradable, no podía siquiera recostarme para
descansar y relajarme, ya que me encontraba bastante maltratado por la
primera paliza recibida. Pasaron no sé cuantas horas, cuando sentí se
abrían los cerrojos de mi celdita, al abrir la puerta vi un gendarme que
me entregaba un bolso que cuyo interior contenía un precioso desayuno
que me habían enviado de mi casa, debía servírmelo en forma
exageradamente rápida, no probé nada quizás debido a la inmundicia que
me rodeaba, o a la tensión que estaba viviendo, no sé. Después sí que
probé el almuerzo, me estaba acostumbrando al olor nauseabundo que
despedía ese cuartucho, que no entraba ni siquiera un rayo de luz y que
permanecí como una semana más o menos, cada noche la puerta se abría, me
sacaban de allí y aprovechaba de tomar aire puro, pero regresaba casi
desecho, adolorido, aporreado, cada día que pasó deseaba dormir, mis
piernas se me acalambraban por cualquier movimiento que hacía, los ojos
se me cerraban, mi maltratado cuerpo necesitaba descansar, pero
desgraciadamente no podía satisfacer esa imperiosa necesidad, ya que el
medio en que me encontraba me lo impedía. Una noche mí puerta se me
abrió, salí, no veía bien, mis ojos acostumbrados a lo obscuro me
dolían, sentí que me encadenaban. Mi vista comenzaba a aclararse cuando
empecé a ver marinos fuertemente armados, este hecho me extrañó mucho,
pensé mil cosas, entre ellas que había llegado mi fin. Me condujeron a
otro lugar, en el cual me alegré y a la vez me extrañe al ver a todos
mis amigos, hubo intercambio de miradas entre nosotros, pero
permanecimos en silencio, quizás por temor a que nos callaran de un
golpe, o porque estábamos sorprendidos.
Me encadenaron junto a mi buen amigo y
nos informaron que íbamos a ser trasladados a la Isla Quiriquina. Yo me
asombre, y no creo que fui el único, porque al instante todos nos
miramos con cierta incredulidad en nuestros rostros. Nos encaminaron
hacia la calle dónde nos esperaba una camioneta que cuyo alrededor se
veía bastante contingente armado. Yo y mi “colega” avanzamos en la
delantera, nos dieron la orden se subir, lo hicimos y al mismo tiempo
escuchamos gritos y llantos desesperados de nuestros familiares, amigos y
amigas que nos deseaban suerte y un feliz regreso, otros nos daban
ánimo, nos levantaban más la moral que nos emocionamos, sentí que dos
lágrimas rodaron por mis mejillas y vi a mi compañero le ocurría lo
mismo. En el interior del vehículo que estaba cubierto por una carpa
había también otras personas, entre ellas mujeres, dos de las cuales
eran vecinas y amigas nuestras. El vehículo se puso en marcha con su
carga humana, fuertemente custodiada por “cosacos”, como le decían
también a los Infantes, que antes que nada prepararon las armas con un
ruido tenebroso.
El vehículo se detuvo frente a la
comisaría, subieron más prisioneros, y partimos, mientras atravesábamos
la ciudad, mi buen amigo rompió ese mutismo y se dirigió a mí con la
siguiente frase: “mira por última vez tu pueblo”. Sonreí mientras nos
ordenaban guardar silencio. El silencioso viaje lleno de tormentosos
pensamientos duró aproximadamente una hora y media. Llegamos al puesto
militar de Talcahuano, en el lugar denominado Base Naval de este puerto y
frente a un pequeño cuartel. La camioneta finalmente paró, se bajaron
nuestros guardias, nos ordenaron descender, nos ubicaron frente a una
pared, le sacaron el candado a nuestras gruesas cadenas que me mordían
mis carnes en cada movimiento, que firmemente atadas a nuestras muñecas
no nos dejaban movernos libremente. En ese mal trato no sentía mi brazo
derecho.
Las mujeres que venían con nosotros
fueron conducidas a otro lugar, no sé qué trato recibieron, nunca les
pregunté nada de esto, por temor de hacerles recordar cosas que no
quisieran.
Nosotros, una vez libres, nos
pusieron en una posición sumamente incómoda, el cuerpo oblicuo apoyado
en la muralla por las manos y en el suelo por los pies, estas
extremidades (pies y manos) lo suficientemente separadas del cuerpo para
que costara un gran esfuerzo mantenerlo en esa posición. Lo que vino
después fue algo espantoso.
Nos comenzaron agolpear brutalmente,
sin compasión, recibía golpes en todas partes de mi cuerpo,
posiblemente mi cuerpo estaba adormecido por el sufrimiento físico y
moralmente o estaba acostumbrado a los golpes, porque ya no sentía
dolor, sólo me sentía humillado, impotente ante mis verdugos que
disfrutaban golpeándome. De uno en uno, pasábamos a una oficina a
declarar nuevamente, y golpes iban y venían. En un movimiento de cabeza
vi horrorizado algunos rostros cubiertos en sangre de los muchachos,
cuerpos inconscientes tendidos a lo largo del suelo. En ese momento se
me obscureció todo, algo me había golpeado la cabeza y perdí el
conocimiento, permanecí en ese estado un tiempo no determinado, cuando
volví a la normalidad, todo seguía igual, me incorporé, entré a
declarar, no sé por qué hice esto, ni me habían llamado siquiera.
Dentro de la oficina había tres señores oficiales de la Armada. Quizás
cuál de los tres golpeaba más fuerte, entre golpe y golpe, como pude me
despacharon. Afuera, en el patio, el infierno proseguía tal cual,
insultos, combos, patadas, culatazos; rostros sangrando, cabezas rotas,
cuerpos en el suelo inconscientes, duraría esto un promedio de tres
horas.
A continuación nos ordenaron recoger
nuestras pertenencias y abordar un camión que no había visto antes,
había que hacerlo en una fracción de segundo, tomé mi frazada y corrí
desesperadamente al vehículo, en mi loca carrera recibí los últimos
golpes, patadas, palos y palmetazos. Cuando llegué al camión, subí y me
di cuenta que estaba con agua, como tenía carrocería metálica, esta no
salía [presumiblemente era de lluvia]. Nos obligaron a echarnos sobre la
cubierta del vehículo, nos empapamos por completo, se puso en marcha
éste, luego se detenía frente a un gimnasio [luego supe era el gimnasio
del Apostadero Naval]. Nos bajamos y entramos a dicho gimnasio
completamente mojados. Fuimos objeto de algunas tallas por parte de los
guardias de ese recinto. No estábamos solos, a lo largo del piso de ese
recinto vimos personas, en esa misma situación nuestra, algunos dormían,
algunos levantaron sus cabezas para ver a los recién llegados. Nos
tiraron en el piso bastante helado y nos cubrimos con nuestras mojadas
frazadas, conseguimos permiso para fumar, nos dieron visto bueno a esta
petición. Luego nos dispusimos a dormir. Cuán torturados estaban
nuestros cuerpos que no sentían ni una pizca de frío, a pesar de estar
todos empapados, me sentía magníficamente cómodo, tendido en el frío
piso del gimnasio, me pareció que dormí un poquito, cuando nos
despertaron alrededor de las 6 am. para lavarnos. A duras penas
lográbamos incorporarnos, aun adoloridos, nos dirigimos hacia los baños,
empezamos a ver rostros conocidos de nuestro pueblo. Me aseé por
primera vez casi en una semana. Después llegó el desayuno que consistía
en un poco de té y un pan solamente, nos fuimos a servir nuestro
desayuno a las galerías, imitando a los demás presos políticos, lavamos
el tiesto, la cuchara y lo devolvimos. Sentados en las galerías, vimos
que algunos prisioneros entraban unas mesas y sillas, que instalaron a
modo de escritorio, dos potentes focos delante de una pantalla blanca,
llegaban máquinas de escribir. Acto seguido, entraban señores oficiales
de la Armada quizás y se ubicaban en los improvisados escritorios.
Nosotros observábamos esto en
silencio. Nos comenzaron a llamar de a uno. No me acuerdo muy bien, pero
el procedimiento era más o menos así. Un señor nos preguntaba nuestros
nombres, cedula de identidad, domicilio, filiación política en caso de
poseerla, edad, etc. Otro Sr. Nos ponía frente a esos focos y nos
fotografiaba con un numero que sosteníamos nosotros mismos, a otro le
afirmábamos lo que teníamos declarado, nos enviaron a sentarnos en otro
lugar uno bastante separado de otro y en absoluto silencio. Luego
comenzábamos a pasar a otra oficina donde teníamos que nuevamente
declarar y firmar nuestras declaraciones esto ya que lo había hecho
bastante veces que se estaba transformando en una rutina, a todo esto
llego el mediodía y el almuerzo también, se retiraron nuestros
confidentes, nos servimos un desaliñado plato acompañado de un pan
punto.
Nuevamente empezaron a llegar los
Srs. Y siguió el asunto, cuando a eso de las tres o cuatro de la tarde
nos dieron orden de prepararnos para ser embarcados con dirección a la
Isla Quiriquina. Al salir del gimnasio me di cuenta que no nos íbamos
todos; quedaron algunos muchachos entre ellos mi querido amigo. Nos
trasladamos en un vehículo fiscal al lugar denominado “Molo 500” del
apostadero naval. Abordamos en una embarcación, fuera de nosotros
también había otras personas en calidad de detenidos, navegamos casi una
hora en llegar a la famosa isla. Desembarcamos en uno de los muelles
de la isla y nos encaminábamos a las instalaciones de la escuela de
grumetes. En los corredores de la escuela nos registraron, y nos
informaron las condiciones en que nos encontraríamos. Entramos luego a
un gran gimnasio en el cual se encontraban aproximadamente unas 500
personas detenidas, entre ellas mucha gente conocida de nuestra ciudad.
Dejamos nuestras pertenencias en un rincón del establecimiento rodeado
de gente que nos hacían preguntas relacionadas con la estadía en ese
lugar, le llamaban la atención nuestras tempranas edades. Pasamos a
tomar once o al “rancho” como le llamaban los demás y que era un poco
abundante comparado con la del gimnasio de Talcahuano, nos ambientamos
casi al instante con la mayoría de la gente, nos ofrecían agua,
cigarrillos, golosinas, etc. Había gran solidaridad entre los cautivos.
Llego la hora de dormir, las luces se apagaron y nos entregamos a un
profundo sueño, dormimos como troncos, sin tomar en cuenta las
condiciones mínimas, tirados en el piso, cubiertos por nuestras frazadas
uno junto a otro, por fin nos dimos el lujo de pasar una noche “de una
pestañada” como se dice. Al día siguiente a las 18:00 AM, la terrible
diana; de malas ganas nos levantamos con sueño todavía.
Aseo, desayuno, ya lo sabíamos de memoria teníamos que hacer; podíamos
escribir a nuestros familiares señalándoles que estábamos con “vida”
pues se decía que la persona que llegaba ahí era hombre muerto; gran
error que nos dimos cuenta nosotros mismos, ni siquiera se veían malos
tratos. Estábamos divididos por secciones encabezadas por un comandante
también prisionero. La sección nuestra se llamaba “Ancla”. Yo y mis
muchachos por decirlo así le agradamos mucho al encargado de los
prisioneros, era muy buena persona y nos bautizo bajo el titulo de “Los
Patos Malos” que nos hizo muy famosos en ese recinto. Mucho se hablaba
de nosotros, incluso algunas personas llegaron a pensar que éramos
peligrosos, nuestra causa les sonaba a “guerrilleros expertos en
explosivos” trabajábamos en conjunto restaurando unas ruinas que eran
antes un fuerte llamado “Rondizzoni”. O repartíamos el “rancho” a los
demás cautivos; permanecíamos ocupados en diversas ocupaciones y nos
desagradaba. Recibimos correspondencia de nuestros familiares y
encomiendas, manteníamos contacto con ellos mediante las cartas, pero me
preocupaba la suerte de los demás muchachos que no estaban con
nosotros, no sabia nada de ellos.
Retrocediendo a los interrogatorios yo
aun no había mencionado el tener esa arma de fuego (Winchester) y no
pensaba decirlo para no perjudicarme yo y los demás implicados en este
asunto que significaba un cargo más a nuestra contra.
Al recinto llegaban mas personas y a la
vez también se iban; en esos vaivenes nos enteramos que los muchachos
ausentes fueron declarados Reos; profundo pesar nuestro “Reos” mi amigo y
los demás muchachos uno de ellos padre de familia.
En las horas de comida, compartíamos
durante un breve lapso de tiempo con las mujeres que permanecían
también cautivas; Ellas nos lavaban la ropa pero no todo era bueno, a
veces pasábamos días grises por problemas originados por cualquier cosa,
debíamos permanecer horas de pie en una gran piscina o todo el día
encerrados.
Cierto dia informaron que “los patos
malos” (nosotros) debían preparar sus cosas para ser embarcadas
nuevamente a la base naval de Talcahuano, nos condujeron a otro muelle
sin antes ser sometidos a un intenso registro y abordamos una pequeña
embarcación de la Armada. Llegamos al Molo 500, nos trasladaron a la
fiscalía para prestar declaración frente al fiscal, al entrar en esa
oficina algo nervioso, a pesar de estar acostumbrado a decir lo mismos
tantas veces. Me asombre al ver que a modo de adorno pendía de la pared
de la lujosa sala se encontraba mi “Winchester”, lo mire y finge no
tomarle importancia, pero parece que el señor fiscal se dio cuenta de mi
observación, pues me preguntó si lo había visto en alguna otra parte;
dije a modo de respuesta que “no” mentí arriesgándome que podía haber
sido delatado, pero no paso a más afortunadamente. En el interior de
esta pequeña sala estoy yo, el fiscal y un joven uniformado, tras una
máquina de escribir. El fiscal mientras conversábamos inspira la
confianza inclusive me ofreció un cigarrillo, me leyó mi declaración, me
pregunto si estaba conforme con esta o había algo malo, le conteste que
todo estaba perfecto; se la firme y me despedí de él; una vez terminado
con todos, nos trasladaban al gimnasio; concierta alegría nos
encontramos todos nuevamente en este recinto; ellos nos dijeron que solo
nos restaba esperar se reuniera el consejo de guerra y dictara su fallo
a cada uno de nosotros.
“Los Patos Malos” volvimos a la isla
pasaron los días un mes quizás y nuevamente a la base naval de
Talcahuano; esta vez al hospital naval a ser sometidos a un riguroso
examen psicológico, con cierta persona entendida nos aconsejo actuar de
tal manera para nuestro beneficio. En el hospital me percate que los
citados éramos todos menores de edad (menos de18 años) entramos a una
sala por turno. Solo a no se cuantos señores que preguntaban por decir
puras tonterías, que un niño de kínder le respondería bien; pero
siguiendo las instrucciones de esa cierta persona fingimos ser algo así
como “retardados mentales”.
Terminado esto; al gimnasio de la
base naval. Después a la Isla, en estos ajetreos perdí mi buena
frazada. Dormía junto a mi buen profesor primario que recordábamos esos
tiempos que según el era muy buen alumno; nunca le di problema de
ninguna índole y me sentía orgulloso de mi por el hecho de estar
nuevamente con el en estas circunstancias.
Llego el día de mi cumpleaños cumplía
los 17 años, me cantaron el tradicional “cumpleaños feliz” y recibí
algunos presentes de los prisioneros.
El día en que tuvimos que abandonar la
isla para siempre llego, claro esta que nosotros no lo sabíamos.
Algunos nos despidieron con alegría por fuera con pena por dentro; pues
no sabíamos que destino llevábamos ni nosotros tampoco.
Lo de siempre a bordo de una embarcación
navegamos hasta el molo 500. Después a la fiscalía en esta ultima una
nueva sorpresa para nosotros, nuestras madres o familiares mas cercanos
estaban ahí, corrían lagrimas hubo cariñosos abrazos y besos de
felicidad, emoción en ambas partes. Pasamos a un saloncito en el que
nos informaron lo siguiente:
Habíamos sido sobreseído del Honorable
Consejo de guerra por haber actuado sin discernimiento, además de ser
menores de edad, nos encontraron algo asi como tarados. Éramos 6
jóvenes y solamente 3 pertenecíamos a nuestra causa denominada: Proceso
Rol Ancla Cinco (5) en tiempo de guerra.
En ese momento éramos absueltos de
la justicia militar pero habíamos cometido un delito y debíamos pagar
por el; por esto pasábamos al consejo de menores de la justicia
ordinaria que nos sentenciaría. Dicho esto nos despedimos de nuestros
familiares. Y nos movilizamos a nuestro gimnasio, poco estuvimos allí,
cuando tuvimos que prepararnos para partir nuevamente; esta vez no
íbamos a la isla llevábamos otro rumbo; un rumbo desconocido por todos
nosotros, nos registraron, nos despedimos de los muchachos que allí
quedaron, nos deseamos suerte por ambos lados. Trepamos a un vehículo
algo sonrientes sin siquiera saber hacia donde íbamos, hasta que un
guardia que nos escoltaba nos dijo que íbamos a la cárcel, publica de
Talcahuano, sencillamente lo tomamos por broma; desgraciadamente asi
era, atravesamos Talcahuano, y llegamos a ese lugar; donde comienza una
nueva etapa mas de esta gran experiencia de mi vida, esta vez metido
entre, delincuentes habituales, mafiosos, malandrines, ladrones
experimentados. A una primera vista se me ocurrió que esto podía ser
peor de todo lo que ya había pasado, pero aquí va mi relato de todo
esto: Una vez dentro de ese recinto carcelario, nos sentimos mal
acosados por miradas maliciosas de algunos delincuentes que allí
estaban, rostros recios, rudos y marcados algunos, miradas penetrantes
que causaban cierto temor entre nosotros, no nos separábamos un
instante, nos sentíamos desgraciados, no comíamos de esa comida que ahí
servían; solo recibíamos el pan; nos dijeron que al otro lado de las
murallas había otro patio en el cual se encontraban unos presos
políticos. Pedimos hablar con un vigilante al que le explicamos nuestra
situación y pedirle el traslado al otro patio si esto era posible; y
quedamos n que este lo consultaría con sus superiores.
Mientras vencíamos ese temor, nos
comunicamos con algunos de los delincuentes que nos ayudaron
anímicamente y con comida, pues ellos mismos se las preparaban. En las
horas de encierro general en cómodas y estrechas celdas, nos sentíamos
seguros ocupamos dos celdas (8 y 12) tres muchachos en cada una de
estas; nos autorizaron para permanecer durante el día en ese lado en que
según versiones se encontraban esos presos políticos. Efectivamente
habían políticos, la mayoría eran jóvenes marineros nos conocimos casi
al instante eran muy comunicativos excelentes personas. Compartíamos en
el día. Nosotros en las tardes volvíamos al patio común y luego a
nuestras pequeñas celdas.
En la cual había una litera para una
sola persona, que nosotros preferíamos dormir en el piso envueltos en
las frazadas y la litera la usábamos como mueble para dejar nuestras
ropas, cosas personales, comestibles, que día tras día se nos
desaparecían como por encanto.
Cierto día identificamos a un
respetado delincuente que resulto ser coterráneo nuestro, vecino y
conocido que se convirtió en nuestro respaldo en cualquier cosa, nos
sentíamos mas seguros después de compartir con este matonesco sujeto;
los demás delincuentes nos consideraban como sus “protegidos”
recomendados por nuestro nuevo amigo, tres veces por semana teníamos
visitas de nuestros familiares y nuestros amigos. En ese recinto
carcelario se encontraban varios vigilantes de la ciudad en que
residíamos, algunos nos conocían y nos trataban bien. Nos sacaron del
patio común a otro departamento del recinto. Era una sucia celda, en la
cual se encontraban unos cuantos pequeños detenidos también; algunos por
robo, otros por abandono de hogar, se estaban creciendo en un ambiente
que los llevarían directamente al mundo delictual a pesar que ya tenían
el hábito. Su aspecto era lastimero, sus cuerpecitos mugrientos que a
penas cubiertos por unas sucias prendas de vestir inspiraban una cierta
lastima. Asíamos completamente el cuarto, incluyendo also muchachitos y
sus pobrísimas ropitas. Instalamos unas letrinas, la acondicionamos un
poco mas, que para estos bribonzuelos significaba una gran
transformación de su “ocasional residencia”. Compartimos nuestros
alimentos con nuestros chicos. También se encontraban en ese recinto
varias mujeres, entre ellas prostitutas, delincuentes, parteras
clandestinas etc. Acortábamos este cautiverio practicando deporte del
cual se destaca el futbol ya que los 6 completábamos un equipo
baibifutbol y jugábamos contra los vigilantes, los otros presos
políticos y los comunes y equipos que venían a jugar de afuera.
Asi transcurrieron los días, cuando
en una de estos supimos que el honorable consejo de guerra se reunió y
dicto sus fallos que fueron los siguientes:
Dos ajusticiamientos (penas capitales o penas de muerte)
Cuarenta y una penas de prisión (penas entre 22 años y 60 días)
Y seis absoluciones. (Estas últimas
seis absoluciones éramos nosotros). Nuestros demás compañeros de causa
eran ya condenados a prisión, nos intrigaba saber cuáles eran los dos
condenados a muerte, ni siquiera nos imaginábamos. Pero al saber
quiénes eran me sentí desfallecer, uno de ellos era nada menos que mi
querido amigo, no lo podía creer, me desesperaba la idea que este sería
ejecutado, no podía dar crédito a esto, todo me parecía irreal. Me
desmoralice, en las noches veía a mi amigo, recordaba sus miles de
travesuras, el era simpático, amable, cariñosos, joven, atlético. Y
ahora sería ejecutado junto a otro amigo de el, llego hasta el recinto
que nos encontrábamos, nosotros en calidad de incomunicados, no nos
permitían por ningún motivo acércanos hasta el lugar en que se
encontraban, esperando el momento de ser fusilados. Una mañana la celda
de los condenados amaneció desocupada, desierta.
El día fatal había llegado, habían
sido sacados de madrugada y conducidos a un predio de los alrededores de
la zona y allí el destino me separo para siempre de mi mejor amigo. No
voy a negar que llore bastante por el; y no solo yo, sino que mis
compañeros también, lo sintieron bastante, se notaba en nuestros
rostros, los ojos enrojecidos, desganados, huraños, comimos poco ese
día. Todos los integrantes del recinto carcelario sabían que uno de los
ajusticiados era compañero de la causa nuestra hasta tuvimos problemas
por esto, porque nos culpaban tener que ver en el caso de los
ajusticiados. En la celda quedo un trozo de madera con corta
inscripción de mi amigo en la cual estaba su nombre fecha que fue
condenado mas abajo la siguiente frase “Moriré por una causa justa”.
Fue pasando el tiempo estábamos ya terminando el mes de febrero de 1974. Cuando fuimos llevados al juzgado de policía ordinaria donde nos dijeron que el tribunal de menores se encontraba incompetente para nuestro caso el cual determino que liza y llanamente debíamos ser puestos en libertad. Regresamos al recinto carcelario a empacar nuestras pertenencias dejamos víveres a los pequeños, que nuevamente quedaban solos, algunos de estos pequeños se despidieron agradecidos y a la vez tristes por nuestra retirada, recibimos efusivos abrazos de despedida por parte de los marineros que estaban condenados a permanecer largo tiempo tras las rejas, también recibimos las felicitaciones de nuestra libertad por lado común, nos despedimos de nuestro amigo delincuente y le agradecimos nos hubiera apoyado en momentos críticos. La verdad es que yo me sentí un poco triste en vez de alegre; por el hecho de que quedaban tantas cosas que conocí deseaban recobrar su libertad, pero estaban ahí emocionados, despidiéndose de nosotros, nos despedimos además de la mayoría de los vigilantes, que tuvieron un brillante comportamiento con nosotros, sin ninguna clase de queja contra ellos. Todos nos deseaban suerte y éxito para cualquier labor que desempeñáramos una vez fuera de este recinto. Y acompañados de nuestras madres nos fuimos a a casa después de una larga y agitada ausencia. Mi pueblo lo veía extraño raro, cambiado, su gente me parecían apenadas, tristes. Me vino de pronto a la memoria la historia “para mi” frase que dijera mi ex amigo en el momento que iniciaba un viaje del cual no regresaría desgraciadamente sin vida: “Mira por última vez tu pueblo”; acaso el presentía lo que pasaría, eso lo dijo dirigiéndose a mi, posiblemente fue una macabra broma que se volvió contra el. Ya nadie más lo vería con vida. Adiós querido y recordado amigo, hasta nunca más.
De nuestro grupo solo tres nos
encontramos libres todavía, el resto cumple condena, algunos se han
marchado a otros países, otros esperan el momento de hacerlo y uno que
como sabemos no regresara jamás.
Esta canción que a continuación a noto fue compuesta por un preso político; el cual conoció y se hizo amigo de otros dos detenidos políticos en esa isla (Quiriquina); que un día fueron sacados de allí y nunca más supimos que fue de ellos.
Inspirado en este hecho compuso la siguiente canción:
Dos Amigos
Marcelo Ferrada (compañero de cautiverio isla Quiriquina)
I
Dos amigos que tuve que conocí
En estas circunstancias que ve usted aquí
Al despertar temprano al tocar la diana
Los saludaba yo todas las mañanas
II
Dos meses han pasado ocho semanas
1400 horas encadenadas
Cada segundo es largo en el encierro
Se cuentan los sentimientos de prisionero
III
Desde una alambrada vemos una Iglesia
Desde una alambrada vemos una jaula
Ahí dentro habitan nuestras almas
Que solidarizaban mis esperanzas
IV
Aunque eran de distintas secciones
Estábamos todos juntos por las mismas razones
A veces trabamos con las manos
Compartiendo el trabajo como hermanos
V
Mi sección era ancla la suya cepo
O faro que alumbra olas sin eco
Porque lo mismo da si vamos para el norte
Porque somos todos remos de un mismo bote
VI
Hablábamos de padres y de abuelitos
De nuestros compañeros y de niñitos
Hablamos en pretérito y en futuro
Porque nuestro presente era muy oscuro
VII
Pues nuestro presente daba lo que el camino
Lo demoraban en trasladarnos a algún destino
Que unos quedan y otros parten es nuestra suerte
Que a unos le espera la vida y a otros la muerte
VIII
Dicen que los llevaron para Chillan
Ya sus miradas tristes aquí no están
Dos amigos se han ido quedan 500
Mi corazón que canta guarda silencio.
THE END
Víctor Leandro Cortez Cortez : Ex Convicto
Fuente: elciudadano.cl
Hay que enviar el cuaderno al Museo De La Memoria y Los Derechos Humanos !
ResponderEliminar